NATURALEZA HUMANA – Marcos Filardi


Balance del modelo agroindustrial dominante



Marcos Filardi es abogado de Derechos Humanos y Soberanía Alimentaria. Integrante de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires. Participa en Abogados y Abogadas en Red por la soberanía alimentaria de los pueblos. Dirige y coordina diversas actividades culturales en el Museo del Hambre. – www.facebook.com/Museo-del-Hambre


En Argentina tenemos un modelo agroindustrial dominante que está basado en los agronegocios destinados principalmente a la exportación. El supermercadismo e hipermercadismo es la forma dominante de la distribución de los alimentos ennuestra sociedad, y de la circulación de los alimentos como meras mercancías liberados a los juegos de la oferta y la demanda en una economía capitalista. Ese modelo agroindustrial dominante, en primer lugar nos enferma y nos mata. El 60% de nuestra superficie cultivada está destinada a un sólo cultivo, que es la soja. Soja que, junto con el maíz y con el algodón, ocupan el 75% de toda la superficie cultivada, y que tienen una característica en común y es que son transgénicos. Transgénicos resistentes a distintos herbicidas. Y esto implica el uso de más de 400 millones de litros de agro-tóxicos por año en cada campaña, que están presentes en absolutamente todas las producciones vegetales de nuestro país. Esto genera un aumento significativo de los cánceres, de las malformaciones, de los trastornos del sistema endocrino, de los trastornos neurodegenerativos, enfermedades de la piel, enfermedades respiratorias, trastornos de fertilidad y abortos espontáneos, tanto en los pueblos rurales directamente afectados a las fumigaciones tanto por vía aérea como por terrestre, pensemos en los trabajadores rurales, los pueblos fumigados, como también a todos los habitantes que vivimos en los pueblos y ciudades porque esos agrotóxicos están presentes en el aire que respiramos, en el agua que bebemos y en los alimentos que comemos. Así que nos terminan afectando a todos.

En segundo lugar, el modelo de agro-negocios implantado en Argentina desde el momento en que está basado en los monocultivos, desplaza a otros cultivos que antes estaban presentes en nuestros campos y que integran efectivamente nuestra canasta básica de alimentos, o lo han integrado históricamente; y en consecuencia esos alimentos desplazados por los monocultivos son menos disponibles y menos accesibles sobre todo para los sectores populares.

En tercer lugar, este sistema agroindustrial dominante destruye los bosques, selvas y humedales. Tenemos el triste privilegio de tener la tasa de deforestación más alta de América Latina, para dar lugar justamente a estos monocultivos destinados principalmente a la exportación. Y también desplaza a la población rural porque genera muy poca mano de obra en las zonas rurales. Se necesita una persona para trabajar 750 hectáreas de soja hoy en nuestro país, y las personas que viven en las zonas rurales, a falta de trabajo y a falta de acceso a la tierra en esas zonas, no les queda otra que desplazarse a los pueblos y ciudades con la consecuencia de tener más del 92% de nuestra población, de todo el país, viviendo hoy en ciudades, muchas de ellas en condiciones de hacinamiento en los alrededores de las grandes ciudades. El avance del modelo de agronegocios genera conflictos por la tierra, principalmente conflictos violentos con los pueblos originarios y con la agricultura familiar campesina e indígena, y en consecuencia hemos asistido en los últimos años a un incremento en los conflictos por la tierra que se llevan la vida de muchas personas de los pueblos originarios y de los campesinos, que efectivamente reivindican su derecho a poder vivir y desarrollar su vida en esos territorios reclamados por los agronegocios.

En cuarto lugar, destruye también a los polinizadores que son esenciales para la reproducción de la vida misma, esenciales para la multiplicación de todos los alimentos. El 60% de nuestros alimentos dependen de la polinización y se están perdiendo como consecuencia del uso intensivo de agrotóxicos. Por supuesto que también se contamina el agua, el aire, el suelo, se destruye en particular la fertilidad de los suelos, con cada grano de soja que se exporta se pierde los minerales de nuestro suelo que fueron necesarios para cultivar ese grano y se pierde el agua de nuestro subsuelo que fue necesaria para irrigar a ese cultivo que se termina destinando principalmente a la exportación. Y este modelo también genera en consecuencia mayor concentración de la riqueza en toda la cadena agroalimentaria, cada vez en menos manos.

Como si esto fuera poco, el modelo agro-industrial dominante también genera una destrucción de la fauna silvestre y aumenta las emisiones de dióxido de carbono responsables del cambio climático. Se calcula que el 40% de las emisiones vienen justamente del sistema agroindustrial dominante, y además genera una expansión de lo que el propio modelo llama “malezas resistentes y tolerantes”, que terminan siendo cada vez más fuertes y resistentes al uso de los distintos paquetes de herbicidas que se están empleando en el campo. Tenemos pérdida de biodiversidad, y también inundaciones, fruto de la pérdida de retención de humedad de los suelos. En consecuencia este modelo agroindustrial dominante, a nuestro entender es ecocida, porque genera un daño significativo e irreparable del ambiente y de los ecosistemas de los que dependen distintas poblaciones humanas para su propia subsistencia.

Es genocida porque está sometiendo a los pueblos, principalmente a los pueblos rurales fumigados, a condiciones de vida que los están enfermando y matando. Y también es violatorio de todos y cada uno de nuestros Derechos Humanos: del Derecho a la vida, el Derecho a la integridad física, el Derecho de vivir en un ambiente saludable, el Derecho a la salud, el Derecho a la alimentación adecuada, el Derecho al
agua, el Derecho a no ser desplazado forzosamente. Ahora bien, este modelo agroindustrial dominante, a cada uno de estos impactos negativos, a cada una de estas consecuencias negativas que nosotros llamamos violaciones a los Derechos Humanos, las considera meras externalidades. Es decir que esos costos no están expresados en los precios de los productos y servicios que se obtienen de este modelo agroindustrial. Y ¿qué significa que el sistema los convierta en una externalidad? Significa que los traslada a la sociedad.

En definitiva, somos nosotros como sociedad los que estamos pagando los costos ocultos, las externalidades de este sistema agro-industrial dominante. Y si efectivamente nosotros internalizáramos todos estos costos ocultos, trasladáramos a la facturación a toda la cadena agroindustrial, todas y cada una de estas consecuencias negativas, todas y cada una de estas violaciones a los Derechos Humanos, quedaría más que evidenciado que este sistema es por demás absolutamente ineficiente, costoso, dañino y destructivo. O sea, es importante que frente a este modelo agro-industrial dominante, reivindiquemos el derecho colectivo a definir libremente nuestras prácticas, estrategias y políticas de producción, de distribución y de consumo de alimentos, que nos permitan efectivamente a todos tener acceso a alimentos sanos, seguros y soberanos para todos, y no como en general el sistema industrial dominante de ganancias para unos pocos.