NATURALEZA HUMANA – Emilio Spataro


Pequeños universos



Emilio Spataro es ecologista, miembro fundador de los Guardianes del Iberá de Corrientes y actualmente miembro de la Fundación Amigos de la Tierra Argentina. – www.facebook.com/guardianesibera


Mi contacto con la problemática ambiental en Lavalle empieza de una forma casual pero no arbitraria. Era el año 2011 en el mes de abril, veníamos llevando adelante una campaña ambientalista muy fuerte contra la expansión del monocultivo de arroz sobre los humedales de los esteros del Iberá, monocultivo que estaba destruyendo los humedales del Iberá. Y uno de los impactos de esa actividad eran las fumigaciones aéreas. El 11 de abril del 2011 fuimos detenidos un grupo de activistas por un corte de ruta en las inmediaciones de la localidad de Colonia, Carlos Pelegrini, sobre la Laguna Iberá, justamente por bloquear el paso de los camiones de arroz como forma de protesta por la actividad ilegal y contaminante que estaba teniendo lugar allí. Y cuando finalmente fuimos liberados a los días posteriores, viendo las noticias en uno de los periódicos donde se registraba nuestra detención, había un cuadrito muy chiquitito que vinculaba nuestra noticia con la muerte de un chico de 4 años de apellido Arévalo, oriundo de la localidad de Lavalle, que había fallecido motivo de una intoxicación aguda por contacto con agro-tóxicos en el hospital Juan Pablo II.

Desde ya que la noticia nos conmovió hasta los huesos porque veníamos de estar detenidos protestando por las fumigaciones, si bien de otra actividad, de las arroceras, y esta muerte estaba vinculada a la actividad hortícola de los tomates. Estaba muy, muy vinculado a la causa que nosotros estábamos llevando adelante. Buscamos la forma de llegarnos hasta el paraje rural del Municipio de Lavalle, uno de nuestros compañeros, Silvio Yacusi, dio con la familia. Con una familia que se encontraba no sólo de luto, sino destrozada, aislada ante la opinión pública, porque los poderosos de la localidad habían salido a contrarrestar esa noticia de la muerte de Nicolás Arévalo, diciendo que era una hepatitis, que la familia estaba enferma y que no esten en contacto con la familia. Entonces era una situación realmente muy delicada. La respuesta que dimos ante ello, ante el asesinato de Nicolás Arévalo por las fumigaciones que habían ocurrido en la tomatera lindante a la casa de Nico, fue realizar el primer encuentro de pueblos fumigados del nordeste, constituyéndose en un encuentro histórico muy recordado por todas las luchadoras y luchadores por la vida y contras las fumigaciones en la Argentina. Desde ese día, la familia de Nicolás Arévalo, dejó de estar aislada, dejó de ser una familia atravesada únicamente por el dolor, y se convirtieron en una familia apoyada, abrazada por todos los que luchan contras las fumigaciones; y ellos mismos se convirtieron en luchadores para que nunca más le vuelva a pasar a otra criatura, lo que le pasó a Nicolás Arévalo, que murió de forma fulminante, luego de haber pisado un charco donde se había acumulado insecticida endosulfán con que habían fumigado la tomatera, y luego de una lluvia se lixivió, es decir, los contaminantes salieron del establecimiento hacia la calle, donde no sólo Nico sino que su prima, Celeste Estévez, tomaron contacto directo y por aspersión atmosférica de la contaminación, muriendo Nico a los poquitos días, lamentablemente no pudiendo sobrevivir; cosa que sí hizo luego de muchos meses de internación, de pelearla en terapia intensiva, de estar 3 meses en coma, su primita Celeste, que en ese entonces tenía 7 años, y aún hoy tiene secuelas por lo ocurrido.

El primer año fue de mucha lucha, de visibilización de lo que había pasado, de enfrentar las mentiras de que Nico había muerto producto de una planta venenosa, la desinformación, el ataque sistemático a la familia, poder contar con una autopsia determinante que encontró que, justamente, lo que la familia decía era cierto. La autopsia demostró que Nicolás Arévalo murió por el contacto directo con endosulfán. Las pruebas ambientales demostraron mediante las pericias firmes y aceptadas en la causa judicial que la zona estaba contaminada con endosulfán. Y a pesar de que el endosulfán ese mismo año fue prohibido a nivel internacional por el Convenio de Estocolmo, la prohibición llegó tarde para Nico. Y aún peor, al año siguiente, luego de haber realizado movilizaciones, de haber realizado las presentaciones en la justicia por parte del Doctor Julián Segovia, nos encontramos con otra terrible noticia: Josefina Arévalo, la tía de Nicolás, nos llama diciendo que había otra mamá que no conocíamos, que estaba viniendo de urgencia a Corrientes, porque su chiquito también había sido envenenado por los agrotóxicos. Yo en ese momento estaba partiendo para Buenos Aires, así que mis compañeras la recibieron a Eugenia. Esa misma noche, su hijo José Carlos Rivero, también de 4 años, el Quili Rivero, fue trasladado en avión al Garraham en Buenos Aires, donde ahí yo sí los recibí. Quili la peleó durante una semana y unos días más, la vida me puso en el lugar de estar al lado de Eugenia cuando los doctores le informaron que su hijo tenía muerte cerebral y que era inminente que su corazoncito se detuviera y que ya no había nada más para hacer. La vida me tocó escuchar el reclamo de Josefina entre llantos, diciendo que habíamos dicho durante un año “Nunca más” otro pibe muerto, y un año después, casi exactamente un año después, el 12 de mayo, no habíamos logrado nada. Y en Lavalle otro niño de 4 años era asesinado por esta máquina monstruosa que es la avaricia de un puñado de personas, que no son productores, son meramente empresarios que lo único que les interesa es levantar la cosecha, ganar la plata lo más rápido posible, y el costo ambiental, social, no importa nada. No les importa el rostro de las criaturas que juegan al lado de sus establecimientos, los mismos niños que por monedas contratan para trabajar muchas veces en los establecimientos; no importa nada, lo único que importa es la plata. Y así fue que fue asesinado José Carlos Rivero en Lavalle. Nada va a devolverle la vida a ninguno de los dos, pero no vamos a dejar de luchar para que Lavalle deje de ser una localidad contaminada. Y en estos años, a pesar de lo mucho que logramos para que muchísimas familias campesinas que ya no podían, no querían ser peones, changarines en los establecimientos de la muerte, puedan tener sus proyectos independientes e impulsar la agroecología en Lavalle, con la decena de proyectos de producción agroecológica, encarada por la familia Arévalo y la familia Rivero que tenemos en la localidad de Lavalle, nos llena de orgullo, y es ver como las familias campesinas con sus propias manos demuestran que no era necesario que muera nadie, que se podía producir sin venenos en la misma localidad donde los avaros, los despiadados matan por dinero.

Llegamos a sentar en el banquillo de los acusados a Ricardo Prieto, el dueño del establecimiento donde contaminaron con endosulfán el cuerpecito de Nico y de Celeste. Pero la justicia correntina, corrupta y cómplice, a pesar de estar probado y demostrado, y haber quedado firme la prueba de cuál fue la causa de la muerte y de haber probado la contaminación, y haber probado que la única fuente posible de esa contaminación eran las fumigaciones de ese establecimiento, dejó una vez más una mancha oscura en la justicia de esta provincia, diciendo que no había pruebas suficientes para condenar a Ricardo Prieto. Y ahí Nico volvió a morir una vez más. Y a los pocos meses, lo inevitable volvió a ocurrir. Inevitable porque si bien no hay argumentos técnicos para seguir produciendo y utilizando esos productos, quienes toman esas decisiones, ya están consustanciados con un modelo de muerte. Y el mismo abogado que defendió en el juicio a Ricardo Prieto, dueño de uno de los principales establecimientos de producción de plantines de tomate, en su propia finca, en otra localidad aproximadamente a 150 kilómetros de Lavalle, en la zona rural de Mburucuyá, contaminó adrede mandarinas con un producto prohibido en la provincia de Corrientes, el carbofurán. Y una niña que iba a catequesis, Rocío Pared de 12 años, a la hora de la siesta, levanta una de esas mandarinas que caen del tractor con acoplado que salió de la finca de los Brest, come esa mandarina y automáticamente se descompone, y esa misma noche fallece. Envenenaron la mandarina para que mueran los pájaros que se comían el cultivo de arándanos de la familia Brest. Una tercera niña asesinada en Corrientes por el mismo modelo. Los tomates, las mandarinas, los arándanos de Corrientes, se comen en las mesas de Buenos Aires y en otros países, donde se exportan los productos. Estos venenos que asesinan a nuestros niños campesinos en Corrientes, en menores dosis, a través de la ingesta de estos alimentos, va contaminando a cada uno de los consumidores. No hay ningún motivo técnico para que jugar en la calle de tu zona rural, de tu paraje, de tu casa, de tu vida, comer una mandarina en la siesta, sea motivo de muerte de nuestras criaturas. No hay ningún motivo para que producir alimentos sea motivo de muerte, de contaminación, de desastre ambiental. Por el valor de la vida rural, por el valor de la alimentación sana, y por la memoria de Nico, Quili y Rocío, y de tantos niños y personas asesinadas en el interior profundo de la provincia de Corrientes, no podemos seguir así.